Se incrustó de pronto en mi pecho, a veces penetrando, otras rasguñando y marcando mi piel. Con mis manos, la aprieto aún más contra mi pecho, tan fuerte que la herida se hace más profunda y arde penetrantemente. Mientras, mi mente evoca una imagen recurrente en estos días. Sonriente el recuerdo, dilata mi dolor, aliviando mi pena. Son rosales, un ruiseñor cantando en mi ventana. Suicida.
Vuelvo
a mi estado de casi vida, casi muerte; el vaso está medio vacío, a medio
llenar. Lleno de mentiras, vacío de sentimientos que me hagan brillar entre las
nubes. Pues eres tú, me haces daño y me haces feliz. Me haces llenar y vaciar
el vaso sobre la mesa.
Y
de pronto pierdo la noción del espacio, me vuelvo cada vez más pequeño y
observo desde abajo como escupes en mi rostro, alimentándome de tu vitalidad,
haciéndome cada vez más miserable, haciendo que mi cuerpo se desvanezca por
completo y mi alma se vuelva vulnerable a tus encantos.
¿Cómo
podría olvidarte? Conviérteme en llave para tu candado, y hazme candado para tu
cadena. Quiero ser quien abra y cierre las puertas de tu alma, y llenar de miel
tus labios rojos, entintados de la sangre que no para de fluir desde lo
profundo de mi pecho rebosante, como un ardiente río eterno que baja de las
alturas de tus ojos fijos, encadenándome a ti. Esclavizándome a tu voluntad.