Dando brincos sorpresivos
Me atormentan mis temores
Culpándome de un crimen,
Haciéndome oír cosas que no son,
Haciéndome dudar de lo que veo.
Y es tan fácil de obviar,
Es tan fácil de esquivar
Que lo haría, lo evitaría
Si no fuese porque me niego
A ser cobarde.
No pienso ni siento,
Es la necesidad de tocar tu mano
Y verte sonreír a los mendigos de
almas,
Mientras un niño balancea la suya
Y la entrega al aire,
La entrega a un dios,
Corrompiendo la esencia benéfica
Que derrama el ángel
Que se esconde tras tus ojos de
piedra,
Tras ese temor que en vano
sientes.
¡La cobardía! ¡La cobardía!
A doblegarse, a entregarse,
A amar…
A juntar nuestras manos,
Y vivir una agridulce falacia
eterna.
Y la cobardía alza su brazo
Y extendiendo su mano
Recoge el fruto
De la rama de tu corazón:
Ampolletas
apagadas.